Laura Gorre

22 marzo, 2012

may my heart always be open to little

may my heart always be open to little
birds who are the secrets of living
whatever they sing is better than to know
and if men should not hear them men are old

may my mind stroll about hungry
and fearless and thirsty and supple
and even if it's sunday may i be wrong
for whenever men are right they are not young

and may myself do nothing usefully
and love yourself so more than truly
there's never been quite such a fool who could fail
pulling all the sky over him with one smile




e. e. cummings

from Complete Poems 1904-1962.






Edward Estlin Cummings (October 14, 1894 – September 3, 1962), popularly known as E. E. Cummings, with the abbreviated form of his name often written by others in all lowercase letters as e. e. cummings, was an American poet, painter, essayist, author, and playwright. His body of work encompasses approximately 2,900 poems, an autobiographical novel, four plays and several essays, as well as numerous drawings and paintings. He is remembered as a preeminent voice of 20th century poetry, as well as one of the most popular.




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12 marzo, 2012

Malos tiempos para los cuentos

Eran tiempos malos. Muy malos. Tan rematadamente malos que durante unas semanas me sentí como una malhechora recorriendo las editoriales con el cuerpo del delito en la mano. Porque, además de tratarse de mi primera obra, ocurría algo todavía peor. Mi primera obra era un libro de cuentos. Y eso, entonces, más que un solemne atrevimiento, tenía toda la apariencia de un disparate. “Son malos tiempos”, se me dijo. “Además, los cuentos no se venden.” O bien: “Están muy por encima de los originales que recibimos normalmente, pero…”. Siempre había un pero. Los malos tiempos. Los cuentos. O, mejor, la imprudente suma de dos factores irreconciliables. “Cuentos” y “malos tiempos”. De todas aquellas educadas negativas, nunca olvidaré un insólito consejo: “Esos finales… ¿Por qué no cambia los finales?”.

No hice caso -a la sugerencia de alterar los desenlaces-, pero -y éste fue mi error- sí había concedido todo el crédito del mundo a un amigo -buen amigo, nada más lejos que ironizar en este punto- cuando, antes de que iniciara gestión alguna, se interesó por el destino que pensaba dar a mi manuscrito. “¿Tusquets?”, repitió arqueando las cejas. “Ni se te ocurra. Tienen cerrada la programación para por lo menos siete años”. Su información me dejó perpleja. Yo soñaba precisamente con Tusquets, con la colección Cuadernos ínfimos, aquellos libritos plateados que ocupaban un lugar importante en mis estanterías y que se me aparecían, sobre todo, como el lugar idóneo para publicar los cuatro cuentos reunidos en Mi hermana Elba. Pero… ¡siete años! La relación de autores supuestamente rechazados no hizo más que acrecentar mi frustración. E hice lo que no debería haber hecho. Lo que ningún joven autor, inédito y perfectamente desconocido, debería hacer jamás. Dar por perdida una salida antes de franquear la puerta de entrada. No acudí, pues, a Tusquets, Y, tal y como tenía previsto, me fui a Egipto.

Supongo que El Cairo, ciudad en la que permanecería casi diez meses entregada a una de mis pasiones de entonces -estudiar árabe-, se había erigido en un faro, en una meta. Algo así como el acicate inmediato para vencer mi timidez y decidirme a mostrar mi obra antes de emprender el viaje. Y a pesar de que no todo, hasta el momento, había resultado conforme a mis deseos, fue precisamente en El Cairo, en un apartamento en los aledaños de la plaza Tahrír, cuando una mañana, en la que nada esperaba, recibí una sorprendente carta de Beatriz de Moura. Me restregué los ojos: no podía creerlo. Mis cuentos le habían “entusiasmado” y, si tenía un poco de paciencia para aguardar el “momento propicio” -nada se me decía de los terroríficos siete años-, le encantaría incluir mi nombre en el catálogo de su editorial. Sólo al final, en las últimas líneas, entendí la verdadera razón de aquel prodigio. “Cuando Carlos me entregó tu manuscrito…”

Carlos Trias. Siempre Carlos. El hombre al que más he querido -y admirado-, con el que había sellado un tácito pacto de no interferencia, traicionaba felizmente nuestras normas y emprendía, sin decirme nada, el camino que yo, por una mezcla de credulidad y orgullo, no me había atrevido a transitar. Y, de repente, todo volvía al punto de partida. Como si nada hubiera pasado. Pero al apoyo de Carlos unía ahora la complicidad de Beatriz. Y aunque tuve que esperar un cierto tiempo, también en este punto tuve suerte. Woody Allen y Groucho Marx, involuntarios padrinos de mi obra, se encargaron de acortar el plazo. Sus libros habían resultado un éxito, y la editorial -una pequeña-gran editorial entonces- pudo permitirse el lujo, en malos tiempos, de apostar por una perfecta desconocida. Mi Hermana Elba, pues, apareció finalmente en octubre de 1980, en Cuadernos ínfimos, aquellos libritos plateados, con una sugerente cubierta de Claret Serrahima. En el momento en que la vi me pareció “mágica”. Hoy, tantísimos años después, sigo pensando lo mismo.




Cristina FERNÁNDEZ CUBAS | Publicado el 30/10/2008
Fuente: http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/24177/Cristina_Fernandez_Cubas-_Malos_tiempos_para_los_cuentos

07 marzo, 2012

Frente al mar

Oh mar, enorme mar, corazón fiero
De ritmo desigual, corazón malo,
Yo soy más blanda que ese pobre palo
Que se pudre en tus ondas prisionero.
Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
«Piedad, piedad para el que más ofenda».
Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
Ya me fatiga esta misión de rosa.
¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
Me falta el aire y donde falta quedo,
Quisiera no entender, pero no puedo:
Es la vulgaridad que me envenena.
Me empobrecí porque entender abruma,
Me empobrecí porque entender sofoca,
¡Bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma.
Mar, yo soñaba ser como tú eres,
Allá en las tardes que la vida mía
Bajo las horas cálidas se abría…
Ah, yo soñaba ser como tú eres.
Mírame aquí, pequeña, miserable,
Todo dolor me vence, todo sueño;
Mar, dame, dame el inefable empeño
De tornarme soberbia, inalcanzable.
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza.
¡Aire de mar!… ¡Oh, tempestad! ¡Oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
Y el alma mía es como el mar, es eso,
Ah, la ciudad la pudre y la equivoca;
Pequeña vida que dolor provoca,
¡Que pueda libertarme de su peso!
Vuele mi empeño, mi esperanza vuele…
La vida mía debió ser horrible,
Debió ser una arteria incontenible
Y apenas es cicatriz que siempre duele.


Alfonsina Storni

Hora Absurda

Tu silencio es una nave con todas las velas llenas…
Blandas, las brisas juegan en las flámulas, tu sonrisa…
Y tu sonrisa en tu silencio es la escalera y las andas
con que me finjo más alto y junto a cualquier paraíso…

Mi corazón es un ánfora que cae y que se quiebra…
Tu silencio lo recoge y quebrado lo arrincona…
Mi idea de ti es un cadáver que el mar trae a la playa…, y mientras tanto
tú eres la tela irreal en la que mi arte yerra el color…

Abre todas las puertas y que el viento barra la idea
que tenemos de que un humo perfuma de ocio los salones…
Mi alma es una caverna colmada por la marea alta,
y mi idea de soñarte una caravana de histriones…

Llueve oro mate, mas no en lo exterior… Es dentro de mí… Soy la Hora,
y la Hora es de asombros y toda ella escombros de ella misma…
En mi atención hay una viuda pobre que nunca llora…
En mi cielo interior nunca hubo una sola estrella..

Hoy el cielo es pesado como la idea de no llegar nunca a un puerto…
La lluvia menuda está vacía… La Hora sabe a haber sido…
¡Y no haber algo como lechos para las naves!…
Absorta en alienarse de sí, tu mirada es una plaga sin sentido…

Todas mis horas están hechas de jaspe negro,
mis ansias todas talladas en un mármol que no existe,
no es alegría ni dolor este dolor con el que me alegro,
y mi bondad inversa no es ni buena ni mala…

Los haces de los lictores se abrieron al borde de los caminos…
Los pendones de las victorias medievales no llegaron ni a las cruzadas…
Pusieron infolios útiles entre las piedras de las barricadas…
Y la hierba creció en las vías férreas con lozanía dañina…

¡Ah, qué vieja es esta hora!… ¡Y todas las naves partieron!
En la playa sólo un cabo muerto y unos restos de vela hablan
de lo Lejano, de las horas del Sur, de donde nuestros sueños sacan
aquella angustia de más soñar que hasta callan para sí…

El palacio está en ruinas… Duele ver en el parque el abandono
de la fuente sin surtidor… Nadie levanta la mirada del camino
y siente saudades de sí ante aquel lugar-otoño…
Este paisaje es un manuscrito con la frase más bella suprimida…

La loca partió todos los candelabros glabros,
ensució de humano el lago con cartas rasgadas, muchas…
Y mi alma es aquella luz que nunca más tendrán los candelabros…
¿Y qué quieren del lago aciago mis ansias, brisas fortuitas?…

¿Por qué me aflijo y me enfermo?… Se acuestan desnudas al claro de luna
todas las ninfas… Vino el sol y habían ya partido…
Tu silencio que me arrulla es la idea de naufragar,
y la idea de que tu voz suene a lira de un Apolo fingido…

Ya no hay colas de pavos todo ojos en los jardines de otrora…
Las propias sombras están más tristes… Aún
hay rastros de ropas de ayas (parece) en el suelo, y aún llora
un como eco de pasos por la alameda que velahí concluida…

Todos los ocasos se fundieron en mi alma…
Las hierbas de todos los prados fueron frescas bajo mis pies fríos…
Secó en tu mirada la idea de creerte calma,
y el ver yo eso en ti es como un puerto sin navíos…

Se irguieron al tiempo todos los remos… Por el oro de los trigales
pasó una saudade de no ser mar… Frente
a mi trono de alienación hay gestos con piedras raras…
Mi alma es una lámpara que se apagó y aún está caliente…

¡Ah, y tu silencio es un perfil de cúspide al sol!
Todas las princesas sintieron el seno oprimido…
De la última ventana del castillo sólo un girasol
se ve, y el soñar que hay otros pone brumas en nuestro sentido…

¡Ser, y no ser ya más!… ¡Oh leones nacidos en la jaula!…
Repicar de campanas hacia más allá, en el Otro Valle… ¿Cerca?…
Arde el colegio y un niño quedó encerrado en el aula…
¿Por qué no ha de ser el Norte el Sur?… ¿Qué es lo que está descubierto?…

Y yo deliro… De repente hago pausa en lo que pienso… Te miro
y tu silencio es una ceguera mía… Te miro y sueño…
Hay cosas rojas y cobrizas en el modo de meditarte,
y tu idea sabe a recuerdo del sabor de un espanto…

¿Para qué no sentir por ti desprecio? ¿Por qué no perderlo?…
Ah, deja que te ignore… Tu silencio es un abanico?
un abanico cerrado, un abanico que abierto sería tan bello, tan bello,
pero más bello es no abrirlo, para que la Hora no peque…

Se helaron todas las manos cruzadas sobre todos los pechos..
Se ajaron más flores de las que había en el jardín…
Mi manera de amarte es una catedral de silencios escogidos,
y mis sueños una escalera sin principio pero con fin…

Alguien va a entrar por la puerta… Se siente sonreír el aire…
Tejedoras viudas gozan las mortajas de vírgenes que tejen…
Ah, tu tedio es una estatua de una mujer que ha de venir,
el perfume que los crisantemos tendrían, si lo tuviesen…

Es preciso destruir el propósito de todos los puentes,
vestir de alienación los paisajes de todas las tierras,
enderezar por fuerza la curva de los horizontes,
y gemir por tener que vivir, como un ruido brusco de sierras…

¡Hay tan poca gente que ame los paisajes que no existen!…
Saber que continuará habiendo el mismo mundo mañana?¡cómo nos entristece!…
Que mi oír tu silencio no sean nubes que contristen
tu sonrisa, ángel exiliado, y tu tedio, aureola negra…

Suave, como tener madre y hermanas, la tarde rica desciende…
No llueve ya, y el vasto cielo es una gran sonrisa imperfecta…
Mi conciencia de tener conciencia de ti es una prez,
y mi saberte sonriendo es una flor mustia en mi pecho…

¡Ah, si fuésemos dos figuras en una lejana vidriera!…
¡Ah, si fuésemos los dos colores de una bandera de gloria!…
Estatua acéfala retirada a un lado, polvorienta pila bautismal,
pendón de vencidos que tuviese escrito en el centro este lema ¡Victoria!

¿Qué es lo que me tortura?… Si hasta tu faz tranquila
sólo me llena de tedios y de opios de ocios temibles…
No sé… Yo soy un loco que extraña su propia alma…

Yo fui amado en efigie en un país más allá de los sueños…



Fernando Pessoa

Traducción: Miguel Ángel Sepúlveda Espinoza