Laura Gorre

23 junio, 2011

Resulta que no era una maldita ave

¡Y él que pensaba que se movia!
Su cuerpo cruzaba un mar de cabezas pero ninguna respondia.
Su cuerpo visitó tantos lugares y de ninguno llegó a comprarse un souvenir...
era como comer helado en tarrina, sin cuchara o como hablar con la lengua quemada.

Creía que mordía pero sólo hacía cosquillas.
Tendría que decidirse pronto y eso le daba risa...por no
llorar.

"Abrir los ojos no es suficiente, hay que hacer claqué con ellos".

16 junio, 2011

Se abre el telón, todos los espectadores ya sentados en sus correspondientes butacas, en el silencio que genera la oscuridad de la espera, se remueven impacientes unos y aburridos otros.

Parece que no llega… y por fin la protagonista hace su aparición en escenario.

Es el centro de todas las miradas, si ahora mismo se le cayera un cabello todos los ojos seguirían la trayectoria del desdichado.


Ella y sus ojos asustados recorren despacio el espectáculo de una negrura total ante su frágil cuerpo, no ve los dos millones de pares de globos oculares que tiene ante ella. Pero los siente, en cada escalofrío de su piel, en cada temblor de nerviosismo, en cada rincón de su estúpida mente los imagina expectantes… atentos a cualquier cambio o error.


Sin embargo, ella no sabe que ellos sí están expectantes pero no conocen qué va a ocurrir ni siquiera pueden prever si ocurrirá algo. Simplemente esperan, de cualquier acontecimiento hablarán, si se queda quieta se molestarán haber pagado una entrada para nada, si abre la boca seguramente sus palabras vacilantes les molestarán… nada será un acierto se esfuerce lo que se esfuerce; y esto sí lo sabe bien.



Por eso decide no hacer nada, es más, hacer más allá que nada, así que se hace la muerta… a ver si el respeto a no hablar de los muertos la salva. Quiere mirarles pero sabe que los muertos no mueven las pupilas, a la vez no quiere mirarles porque sabe que los párpados parpadeantes estarán abiertos y al acecho, y los teme.


Después de un rato de reflexión, la supuesta muerta se levanta y continua con su actuación de siempre, su rutina rutinaria: los mira a todos o hace que los mira porque en realidad siempre mira a la luz del foco que la ciega, que le da esperanza y de paso no ve más, y se queda quieta, mientras el resto de personajes secundarios han hecho su papel como si nada hubiera pasado y ya se retiran con una media sonrisa maliciosa.


Tras un fuerte aplauso, se cierra el telón y apenas se oye el característico sonido de las butacas plegándose de golpe porque los murmullos ya no son murmullos, la gente brama, se ríe escandalosamente o llora sin consuelo.




Definitivamente, no respetan el silencio de su última voluntad… ni aunque la muerta haya resucitado.

05 junio, 2011

Quimera de un domingo

Pasear por la acera un domingo cualquiera está bien. El sol te da en la espalda. Es verano.

Los zapatos hacen un evidente ruido al pisar y se escucha entre el murmullo de alguna conversación que otra en las pequeñas terracitas de los cafés abiertos a esa hora de la mañana.

El paseo anhelado dura lo que la sensación de placer al moverte despacio en medio de ese verano de ciudad.
Si me cruzo con parejas que llevan niños no puedo evitar sonreír y que mi cabeza intente imaginarme siendo madre… pero el pensamiento acaba pronto y la fantasía no se llega a estropear.


Pararse en un rincón a escuchar conversaciones ajenas me parece interesantísimo, pero sería bastante descarado y saldría mal pues los veraneantes de las mesas de cafés se sentirían observados y la conversación moriría y no quiero matar ningún intercambio de palabras.

Sería como pararse en un rincón y tomar apuntes rápidos del ambiente y el modo en que están sentados, de una mirada o una caricia, o una mano que sostiene un cigarrillo.


Me gustaría en esos momentos volverme invisible o fundirme en la misma pared, testigo muda de un sinfín de vidas.