Laura Gorre

12 marzo, 2012

Malos tiempos para los cuentos

Eran tiempos malos. Muy malos. Tan rematadamente malos que durante unas semanas me sentí como una malhechora recorriendo las editoriales con el cuerpo del delito en la mano. Porque, además de tratarse de mi primera obra, ocurría algo todavía peor. Mi primera obra era un libro de cuentos. Y eso, entonces, más que un solemne atrevimiento, tenía toda la apariencia de un disparate. “Son malos tiempos”, se me dijo. “Además, los cuentos no se venden.” O bien: “Están muy por encima de los originales que recibimos normalmente, pero…”. Siempre había un pero. Los malos tiempos. Los cuentos. O, mejor, la imprudente suma de dos factores irreconciliables. “Cuentos” y “malos tiempos”. De todas aquellas educadas negativas, nunca olvidaré un insólito consejo: “Esos finales… ¿Por qué no cambia los finales?”.

No hice caso -a la sugerencia de alterar los desenlaces-, pero -y éste fue mi error- sí había concedido todo el crédito del mundo a un amigo -buen amigo, nada más lejos que ironizar en este punto- cuando, antes de que iniciara gestión alguna, se interesó por el destino que pensaba dar a mi manuscrito. “¿Tusquets?”, repitió arqueando las cejas. “Ni se te ocurra. Tienen cerrada la programación para por lo menos siete años”. Su información me dejó perpleja. Yo soñaba precisamente con Tusquets, con la colección Cuadernos ínfimos, aquellos libritos plateados que ocupaban un lugar importante en mis estanterías y que se me aparecían, sobre todo, como el lugar idóneo para publicar los cuatro cuentos reunidos en Mi hermana Elba. Pero… ¡siete años! La relación de autores supuestamente rechazados no hizo más que acrecentar mi frustración. E hice lo que no debería haber hecho. Lo que ningún joven autor, inédito y perfectamente desconocido, debería hacer jamás. Dar por perdida una salida antes de franquear la puerta de entrada. No acudí, pues, a Tusquets, Y, tal y como tenía previsto, me fui a Egipto.

Supongo que El Cairo, ciudad en la que permanecería casi diez meses entregada a una de mis pasiones de entonces -estudiar árabe-, se había erigido en un faro, en una meta. Algo así como el acicate inmediato para vencer mi timidez y decidirme a mostrar mi obra antes de emprender el viaje. Y a pesar de que no todo, hasta el momento, había resultado conforme a mis deseos, fue precisamente en El Cairo, en un apartamento en los aledaños de la plaza Tahrír, cuando una mañana, en la que nada esperaba, recibí una sorprendente carta de Beatriz de Moura. Me restregué los ojos: no podía creerlo. Mis cuentos le habían “entusiasmado” y, si tenía un poco de paciencia para aguardar el “momento propicio” -nada se me decía de los terroríficos siete años-, le encantaría incluir mi nombre en el catálogo de su editorial. Sólo al final, en las últimas líneas, entendí la verdadera razón de aquel prodigio. “Cuando Carlos me entregó tu manuscrito…”

Carlos Trias. Siempre Carlos. El hombre al que más he querido -y admirado-, con el que había sellado un tácito pacto de no interferencia, traicionaba felizmente nuestras normas y emprendía, sin decirme nada, el camino que yo, por una mezcla de credulidad y orgullo, no me había atrevido a transitar. Y, de repente, todo volvía al punto de partida. Como si nada hubiera pasado. Pero al apoyo de Carlos unía ahora la complicidad de Beatriz. Y aunque tuve que esperar un cierto tiempo, también en este punto tuve suerte. Woody Allen y Groucho Marx, involuntarios padrinos de mi obra, se encargaron de acortar el plazo. Sus libros habían resultado un éxito, y la editorial -una pequeña-gran editorial entonces- pudo permitirse el lujo, en malos tiempos, de apostar por una perfecta desconocida. Mi Hermana Elba, pues, apareció finalmente en octubre de 1980, en Cuadernos ínfimos, aquellos libritos plateados, con una sugerente cubierta de Claret Serrahima. En el momento en que la vi me pareció “mágica”. Hoy, tantísimos años después, sigo pensando lo mismo.




Cristina FERNÁNDEZ CUBAS | Publicado el 30/10/2008
Fuente: http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/24177/Cristina_Fernandez_Cubas-_Malos_tiempos_para_los_cuentos

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